30 de diciembre de 2006

Interludio


Contemporáneo a Stalin, temió ser parte de la “caza de artistas” del régimen. Nunca supo que era considerado por Stalin como un Durodi o, en la tradición rusa, una especie de tonto iluminado o sabio loco con facilidad para decir las verdades más descarnadas y con quien es mejor no meterse. Hubiese usado su cama para dormir de haberlo sabido. Shostakovich alcanzó la fama –previo reconocimiento, ya que son cosas muy distintas- a partir de sus Sinfonías de la Guerra (5ª, 6ª, 7ª y 8ª).

Un día poco placentero me topé con una música que oscilaba siempre entre lo trágico y lo irónico. La identificación fue instantánea; así, fiel a la devoradora depresión que me arremetía en ese entonces, instauré una hegemonía musical Shostakoviana que se mantuvo también durante mi estancia en “El Milagro” (hacienda cañavalera donde la desgracia no llega y, por lo tanto, tampoco la tranquilidad). Su Sinfonía N° 10 en E menor, op. 93 es el mayor intento musical por cambiar la naturaleza humana a un estropajo de mitades indeterminadas y profundamente consagradas en la sensación. Mi buen amigo Serafio, con su comprometido carácter estrafalario, la definió como yo hubiese querido: la copulación del cielo e infierno.

El centenario del nacimiento de Dmitri Shostakovich se ha celebrado en el mundo con una fervorosa gira de Valery Gergiev junto al desempeño de la Mariinsky Theatre Orchestra, Wiener Philharmoniker, London Symphony y la Rotterdam Philharmonic. Por aquí hubo un impecable recital del Cuarteto de Cuerdas Lima de la PUCP que interpretó el Quinteto para piano, 2 violines, viola, violoncello, el Cuarteto N° 8, op. 110 (simplemente brutal), entre otros.
No creo poder encontrar a un semejante compositor en todo el siglo XX. A veces en los peores momentos se encuentran las mejores cosas.